Llegamos al segundo de
los señoros de esta serie. Para este relato, he contado con la ayuda de una
artista que ha hecho un gran trabajo. Captó enseguida la esencia de este
personaje y lo ha plasmado en los detalles del dibujo, fijaos por ejemplo en la
expresión de las cejas. Su nombre en redes es @craniumex y podéis acceder a su perfil en Instagram pinchando en
el nombre. ¡Buena lectura, espero que os rías tanto como yo escribiéndolo!
Bajo este nombre se oculta el
segundo de los señoros sobre los que versa esta serie. Tenía un profesor en la
universidad que decía que los títulos de las obras, relatos o cualquier otra
producción escrita son importantes porque esconden mucho significado, es por
eso que los pseudónimos de estas personas han sido escogidos cuidadosamente, para
así dejar constancia de todo lo que ocultaban y que me tocó a mí descubrir. Qué
honor.
Este episodio tuvo lugar poco
después del primero. Había acabado bastante enfadada con el Ilustrado y quise
alejarme un tiempo de las redes sociales para reponer fuerzas y paciencia.
Cuando estuve de nuevo preparada, apareció el Divo, quien, lógicamente, no dio
muestras de serlo hasta pasado un prudencial periodo de prueba, puesto que yo
no estaba para muchas tonterías y prefería interacciones cortas. Se presentó
como el resto del mundo, porque siendo sinceros, quién se retrata a sí mismo
desfavorablemente. Exacto… nadie. Este era un chico tranquilo, amable, cariñoso
y en un principio bastante normal. Como era de un país lejano al que adoro, el
cual no quiero ni pienso nombrar, me contaba muchas cosas de su cultura y yo, claramente,
estaba encantada. Aprendí mucho. También es cierto que la mayoría de las
ocasiones lo acribillaba con preguntas que él, con gran paciencia, todo hay que
decirlo, contestaba. Luego venía el contraataque y entonces era él quien
lanzaba baterías enormes de dudas sobre la cultura española. Era un intercambio
de información constante y eso no me podía gustar más.
Pasaron varias semanas y las
conversaciones se volvieron más cercanas y menos enciclopédicas. Me contó que
su entorno era algo complicado, pero como debéis comprender, no voy a
compartirlo aquí, aunque empezó a darme pistas sobre lo que podría ocurrir más
adelante y que finalmente terminó sucediendo, pero esto vendrá más adelante.
Una de las aficiones que compartía con este chico era la música y conversábamos
mucho sobre ella. Él soñaba con triunfar como cantante, tenía miles de ideas
sobre lo que quería hacer y cómo. Me sorprendió gratamente, en un principio,
que tuviera tanta pasión por perseguir lo que quería, y, como no podía ser de
otra forma, le deseé buena suerte. Sabía que era complicado conseguirlo, pero
decía que estaba preparado para ello porque era lo que verdaderamente quería
hacer. Aquí comenzó a soltar sus miguitas de pan para que siguiera atenta a él,
cuando en realidad eran banderas rojas. Muy rojas y muy grandes. ¿Por qué digo
esto? Pues sencillamente porque comenzó a referirse a sí mismo, en ciertas
ocasiones, en tercera persona, así que a las banderas podemos sumarle las
alarmas sonoras.
Hablaba como si tuviera dos
personalidades. ¡Elvis está en el edificio! Casi podía imaginarlo como un, que
no EL, 007, cóctel en mano, rodeado de una suave música ambiental y sonriendo
como solo los divos, o los que se creen que lo son, saben hacerlo. Tengo que
reconocer que al principio me resultaba gracioso ver el cambio, e inmediatamente
el personaje que se me vino a la cabeza fue Julio César, por el uso de esta
misma estrategia en la Guerra de las
Galias, que no hacía más que engrandecer su propia figura. Pues esto era lo
mismo. Se coronó a sí mismo con laureles y no había manera de que se bajara de su
pedestal. Pasé esta excentricidad de largo porque me parecía simplemente eso,
una curiosidad, pero no podía estar más equivocada. Otra bandera roja que dejé
atrás. Casi al mismo tiempo comenzaron a llegar los verdaderos destellos de su
personalidad, carente de empatía, egoísta y con cierta tendencia narcisista.
Bueno, destellos no, más bien eran rayos cegadores que yo me empeñaba en pasar
por alto porque por todo lo que me contaba, me daba pena. He aquí un breve
resumen:
— Contarle
una preocupación o un problema y recibir por respuesta un cálido “supéralo”.
Esto era magnífico de ver, todavía me sorprende que no lo mandara a hacer
ganchillo la primera vez que pasó.
— Comentar
cualquier cosa y obtener un “no importa” o “déjalo”.
— Pasar
cada cierto espacio de tiempo por un extraño ritual en el que no dejaba de
preguntarme si era buena persona (después de los dos puntos anteriores, pues la
verdad es que contestar a eso me resultaba muy complicado).
— Hacer
ciertos comentarios que no venían al caso y que se salían completamente de la
conversación y que no voy a repetir (guiño).
—
Y finalmente, algo que no soporto y es
que me mientan, cosa que hizo desde el primer momento y de lo que me di cuenta
al final, pero bueno, más vale tarde que nunca, ¿no?
Ahora en perspectiva, debería haber
mandado a esta persona a una distancia prudencial desde el primer momento, pero
tras algunos episodios que me contó, sentía compasión por él y por eso no hacía
caso a las señales que me mandaba su comportamiento. La conclusión que podemos
sacar de todo esto es: no seáis así. Ofrece tu ayuda a quien la necesite, pero
si este es el trato, no os quedéis porque os va a hacer sentir mal por no haber
podido reflotar a quien sea y es que para eso, quien tiene que quererlo primero
es la otra persona. Pero no temáis, amigos, que hace mucho tiempo que dejé
atrás a esta persona que no buscaba una amistad, sino una palmera para sus
éxitos, una plañidera para sus desgracias y una madre para todo lo demás. Pues
sorpresa, no lo parí, así que si no iba a aceptar los demás papeles, este menos
todavía. Él era lo primero siempre, cosa que me parece bien, pero no a costa de
subirse en los demás. Buscaba eso. Constantemente, necesitaba aceptación,
atención y estar delante. Quizás era por la situación en la que estaba. A pesar
de que era muy injusto en el trato y desestimaba, como ya he dicho, todo lo que
no tenía que ver con él y lo que creía, en ocasiones tenía epifanías y
escuchaba lo que tenía que decir y teníamos buenas conversaciones. Luego el
Divo volvía a aparecer y dábamos varios pasos hacia atrás.
La última vez que hablamos fue una
de las interacciones más divertidas que he tenido nunca. Tras un malentendido
que se negaba a tratar civilizadamente, se despidió, cómo no, refiriéndose a sí
mismo en tercera persona. Le contesté que dejara de actuar, que el telón ya
había caído y que podía salirse del personaje. Acto seguido, borré toda la
conversación y su contacto de la red social de marras. Seguramente, se quedaría
sentado donde lo encontré, en la barra, dándole vueltas a su Martini agitado,
que no revuelto, mientras todas las luces del local se apagaban, esperando al
siguiente acto y repasando sus frases. Porque ante todo, la profesionalidad y
la imagen son siempre lo primero.
Autor: Jimbo
Redes sociales: @craniumex
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