Se aceraba el momento del gran
número final. Ese mágico momento en el que delante de un gran público, te ponen
la beca y te entregan tu merecido premio, dando a entender que ya estás listo
para la nueva vida que te espera. No disfruté de ninguno de los preparativos
previos, temiendo que mi falta de aptitudes (que no de actitud) en esa
asignatura, tu asignatura, me anclara allí. Era como prepararme para un juicio
sabiendo que estaba condenada desde el principio a muerte. Uno de los últimos
días de aquella tortura, se te ocurrió preguntar qué era lo que queríamos
estudiar. A todos los demás otorgabas tu aprobación con una breve flexión de
cabeza. Cuando llegaste a mí, parpadeaste, sorprendido al escuchar mi decisión
y pasaste de largo al siguiente, a quien de nuevo bendeciste con un movimiento
de tu regia testa. ¿Pensaste por un momento lo que eso fue para mí? Está claro
que no. ¿Cómo iba yo, que suspendía sistemáticamente todas tus evaluaciones,
que demostraba constantemente no ser suficiente, acceder a tu campo? Oh,
Eminencia, perdone mi atrevimiento, deje que falle la siguiente tarea y su
criterio vuelva a aplastarme para por fin poder abrir los ojos. Flagelaré mis
pretenciosos sueños con el látigo de su verdad.
Mi adorado sexto sentido tuvo que,
en algún momento, pronunciar el nombre correcto, porque milagrosamente, aprobé
la asignatura. Pude recoger, junto al resto de mis compañeros de promoción, esa
bandita que me acreditaba como libre de ti y de todo el daño que tu actitud y
falta de palabra me hicieron. Lo más importante es que también te puede dejar,
como regalo final, la indiferencia con la que me habías tratado. Superé el
examen de acceso a la Universidad con una gran nota en lo tocante a tu parte,
teniendo en cuenta, claro, todo lo que había pasado. Mi resolución, o mi
soberbia, como prefieras llamarla, gracias a quien sea, se mantuvo firme y
decidí hacer la carrera de literatura y lenguas puras. Decidí estudiar
Filología. Solo tenía un problema: la motivación. Me la habías quitado toda. Yo
sabía que eso era lo que quería hacer, pero tu fantasma se resistía a dejarme
ir. En esta ocasión, tuve suerte y me encontré con otros docentes que no solo
reavivaron lo que tú dejaste muerto (desde aquí, muchas gracias, de verdad),
sino que además me ayudaron a recuperar la confianza en mí misma y en mis
capacidades. No solo terminé la carrera sin problemas, sino que entré en un
máster, doble para más señas, no porque te interese saberlo, pero,
sinceramente, suena bien decirlo. En el primer año, tuve que hacer unas
prácticas en un instituto y, pudiendo elegir, volví al mío después de poco más
de cuatro años. Tú todavía seguías allí. Me reencontré con todos los que alguna
vez compartieron sus clases conmigo, que entre sorprendidos y contentos por mi
vuelta, e dedicaban palabras de aliento y buenos deseos. Tú aun no habías
aparecido.
Nos volvimos a ver en una reunión
del departamento. Mi compañera, puesto que éramos dos, y yo asistimos con
nuestro tutor en calidad de aprendices. Tras unos momentos de confusión, porque
entraste como un vendaval, reparaste en nosotras y dejaste caer tu mirada confundida
en mí unos segundos que parecieron eternos. Aclarada la duda de que éramos las
estudiantes de prácticas, te dirigiste a mí directamente y entrecerrando los
ojos, como intentando hacer memoria, me preguntaste si yo había estudiado allí.
Asentí con la cabeza y añadí que habías sido mi profesor de lengua en 2º de Bachillerato.
Algo tuvo que encajar de repente en el puzle de tu mente, porque abriste mucho
los ojos y comenzaste a decir que tenías mucho trabajo que hacer, para así
acelerar la reunión. Tanto mi tutor como mi compañera se dieron cuenta de esto
y acabada la junta, me preguntaron qué había pasado. Se lo conté todo sin
ahorrar detalles. Se sorprendieron mucho con mi historia, pero no me
cuestionaron, ¿por qué iba a mentir? Lo más llamativo no era tu proceder, sino
el mío. Me encasillaste en un número desde el que me era imposible subir al
siguiente nivel, y ahora me tenías delante, trabajando codo con codo contigo,
como un miembro más del gremio. Desde entonces, al cruzarse nuestros caminos en
los pasillos, agachabas la cabeza de manera que pareciera casual y mirabas al
suelo, o directamente, cambiabas tu rumbo para no verte a mi lado, aunque solo
fuera un segundo. Decir que esos momentos en los que reconocías, sin palabras,
tu error, fueron impresionantemente satisfactorios no se acerca ni lo más
mínimo a la verdad. No me hacían sentir superior, ni mucho menos es lo que
busco o lo que quiero, pero me devolvieron la sensación de validez que me
quitaste.
Ten en cuenta, querido profesor,
todo esto para saber medirte como tal. Y tú, seas o no estudiante, no dejes que
un momento o un simple número defina tu trabajo, tu mente, tus posibilidades o
a ti mismo, porque la imparcialidad y la objetividad, no siempre están
presentes cuando se las necesita. Eso no es indicativo de nada más que la falta
de profesionalidad de quien mira. Olvida a los espectadores que, sin riego de
perder nada, miran el movimiento de las piezas juzgando desde la comodidad de
sus estrados. Ten claros tus objetivos y lucha contra viento y marea, si es
necesario, por ellos, porque como ves, si sabes lo que quieres, lo puedes
conseguir.
Libre:
final del esbozo. Al fin la protagonista se libera de esas cadenas y comienza a
levantarse. La expresión de su rostro muestra determinación, desafío y
seguridad. La ropa que le he añadido quiere tener un toque del estilo griego,
propio de las humanidades y los estudios del pensamiento. Está demostrando de
lo que es capaz, tanto para los demás como para sí misma. Está preparada para
dar fin a su largo camino, pues en la universidad todo ha cambiado. Próximamente
veremos el dibujo completo, en el lugar donde ella también se completa a sí
misma.
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