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"QUERIDO PROFESOR" (II)

Ese momento llegó un par de semanas después. Si antes me había esforzado, en esta ocasión dejé mucho más que la piel. Ahora sí que estaba preparada, e iba a superar la prueba sin problemas. Estaba totalmente segura de ello. Así, con el papel delante, decidí tomarlo con calma, guardar las ansias y dedicarle tiempo a cada pregunta, leyendo cuidadosamente no solo lo que me pedían, sino también mi respuesta, asegurándome de que fuera correcta desde el principio sin tener que repasar después. Pensaba que este cambio de estrategia me ayudaría durante la evaluación, no después. Pues tampoco. De nuevo estaba allí, en esa ridícula mesa, mirando ojiplática el bendito examen. Suspenso de nuevo. Casi la misma nota que el anterior. No me lo podía creer, de verdad estaba convencida de que esta  vez había salido todo bien, ¿qué había fallado? Bueno, dos fuera, pero tenía todo un año para superar, no solo las pruebas como simples exámenes, sino también como desafío personal. Así me lo propuse y comencé a trabajar de nuevo, a la espera de la tercera oportunidad. Sorprendentemente (o no), pasó lo mismo, e igual con la cuarta, la quinta, la sexta y ese largo etcétera de exámenes a los que estamos sometidos los estudiantes.

Prometo que intentaba seguir las clases con mis seis sentido, porque además de los cinco normales, usaba el último para rezar y así intentar granjearme el favor de alguna deidad, ya fuera antigua o moderna, para que me ayudara en esa cruzada. Es más, hasta me daba igual que fuera benéfica o no, si me hubiera pedido mi alma, se la habría dado. Me autoconvencí de que era pronto para eso, pero siempre es una posibilidad, ¿verdad? Convertí el “tú puedes” en mi mantra. Lo repetía sin cesar, negándome a creer lo que las pruebas que se me ponían delante de los ojos me demostraban. ¿Significaba eso que todo el trabajo de los cinco años anteriores no servía para nada? ¿Cómo había aprobado entonces? ¿Era un fraude? ¿Lo había sido siempre? Naturalmente, todos estos pensamientos se convirtieron, de la mañana a la noche en una gran bola de nieve que duplicaba su tamaño, para mi desgracia, lentamente, a la misma vez que los suspensos se iban acumulando. Todo iba cuesta abajo y sin frenos. Tanto peso tenían que me vi sin fuerzas para aguantarlas. Llegué a dejar que todas esas dudas se convirtieran en una obsesión. Daba igual cuán duro trabajara, el empeño que le pusiera a la tarea de ser, al menos, lo suficientemente buena como para llegar a ese número que todos asociamos a la mano. Perdí el interés no solo en la asignatura, sino también en mi pasión, que ya os he confesado cuál era en este mismo escrito. La gran hoguera que era el amor por la literatura, por las Humanidades en general, ahora eran un pequeño revoltijo de ascuas que, a duras penas, seguían humeantes.


Encadenada: el dibujo empieza a tomar forma. Repentinamente aparecen cadenas que te retienen en esa subida hacia la cima. Una pose arrodillada, con los brazos abiertos, expuesta, como si el peso del mundo estuviera sobre tus hombros y no te permitiera levantarte. Ese peso que te han impuesto es la desconfianza en ti misma,  esas cadenas son los prejuicios que sobre ti hacen los demás, concretamente ese profesor, que es el que parece tener las llaves de tu liberación. 



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