En esta ocasión, se trata otra experiencia propia. Como queda patente en el título, esta carta abierta está dirigida a un profesor que dejó, por desgracia, una impronta desafortunada en mi memoria. Cuando ahora miro hacia atrás para recordar esa experiencia, puedo por fin hacerlo sin sentirme mal al respecto. Para este proyecto, he trabajado con Lucía, a quien conoceréis si habéis leído los primeros posts. Ella ilustrará cada una de las cuatro partes de este mensaje con pequeños dibujos, de manera que solo al final, se verá la imagen completa. Muchas gracias, Lucía, por colaborar conmigo en esta ocasión.
A pesar de que aparezcas en el
título, este mensaje no es para ti, sino para quien está al otro lado de tu
mesa, pendiente de ti y de tus juicios, mientras cuantificas trabajos, y en
algunas ocasiones también a la persona detrás de ellos, con números enteros y
decimales. Desde aquí te digo que puedes liberar del archivo de tu memoria el
expediente en el que me inscribiste, porque se ha quedado obsoleto. Es lo que
yo hice con el tuyo, no por haberse quedado atrás en el tiempo, sino por
inútil, No se puede escribir en una hoja que ya está totalmente cubierta de
garabatos, porque aunque se intente, cualquier añadido parecerá solo un borrón
más. Irónicamente, a pesar de todo, he de darte las gracias, porque sin ti no
habría llegado a donde estoy.
Muchas son las ocasiones en las que
la opinión de los demás influye más en nuestras decisiones vitales que lo que
nosotros queremos. La presión social y el miedo al fracaso están presentes en
todos los giros de nuestra historia, haciendo que, sin prestarnos atención a
nosotros mismos, tomemos un camino u otro, porque, claro, no podemos
permitirnos fallar y dejarnos guiar es siempre más fácil que ser “egoístas” y
contradecir a quien nos aconseja, siempre teniendo en mente nuestro propio
bien, ¿verdad? Pues no. Esta historia es la prueba de ello. Hice todo lo
contrario a lo que me decían, estuve dispuesta a fallar, a equivocarme y asumir
mi error, en caso de que fuera necesario. ¿La sorpresa? No fue así.
Eran el momento y el lugar
decisivos. El verano ya había acabado y comenzaba el tan temido curso de 2º de
Bachillerato, el último peldaño que me quedaba por subir para atravesar la
puerta que me llevaría a mi futuro. Tenía muy claro lo que quería hacer, por
eso había escogido la rama de letras: quería estudiar literatura, convertirme
en una experta leyendo, analizando, comparado y tendiendo puentes entre la
escritura y el resto de las ramas del Humanismo, así como de conocer y tener a
mano las herramientas necesarias para comprender y analizar todo lo que a la
lingüística se refiere. Estaba deseando comenzar esa nueva etapa, pero todavía
tenía que superar el año de Bachiller.
Primer día de clase de lengua. Llega el profesor, se presenta y comienza la
lección. Pasan los días y se acerca la fecha del primer examen. Estudio como
siempre, sin dejarme nada atrás y abriendo lo máximo posible la mente para
intentar comprender, que no memorizar, cuanta más información, mejor. Tengo la
prueba delante, la leo e inmediatamente comienzo a escribir. No es difícil y
quiero tener tiempo para repasar. Pasa la hora y estoy más que satisfecha con
mi desempeño. Pocos días después, el profesor nos anuncia que ya tiene las
notas y siguiendo un método bastante anticuado, nos hace salir a una mesa
aislada en el centro de la habitación
para enseñarnos nuestros exámenes. Llega mi turno y estoy ansiosa por ver el
resultado de mi esfuerzo. Y ahí estaba. El primer suspenso en Lengua y
Literatura de toda mi vida. Decir que se me cayó el alma a los pies es poco,
muy, muy poco. Más bien, lo justo sería apuntar que se me paró el corazón.
¿Literalmente? Casi que sí.
Volví a mi asiento como pude, intentando comprender qué había pasado. Quizás había tenido un mal día, sí, seguramente había sido eso. Solo tenía que esforzarme más en el siguiente e ir levantando la nota, no solo para aprobar la asignatura, sino también para demostrarme que yo podía. Seguía confiando en mí misma. Un tropiezo lo tiene cualquiera, un mal resultado no significa que seas malo o que no hayas trabajado. Y con este pensamiento, hice borrón y cuenta nueva, preparada para enfrentarme al siguiente desafío.
Cima: se trata de un dibujo muy simple, hecho con líneas sencillas, pero que esconde más de lo que aparenta, pues se irá construyendo a medida que la protagonista avance en los acontecimientos. Comienza así en una base, un punto de partida, Bachillerato, con una meta, una cima, que dese alcanzar a pesar de lo inclinada que se presenta la pendiente. ¿Cómo se desarrollará esa imagen?
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