Este blog nació con el objetivo de presentar en
abierto los pequeños retos literarios que nos lanzábamos entre amigos de la
carrera. A pesar de que esa sigue siendo una opción válida, he decidido ampliar
el contenido a todo aquello que considere oportuno decir, siempre bajo mi
discreción y responsabilidad, y respetando cualquier otro punto de vista que no
sea el mío. Así, comenzaré a subir, en las ocasiones que mi musa esté
inspirada, artículos que se basen en mis experiencias y opiniones propias, ya
que la escritura es un buen medio de oxigenar el alma. En esta ocasión, vuelvo
a contar con la gran ayuda de Vi (puedes
acceder a su perfil de Instagram pinchando en su nombre), a quien conocisteis
en el anterior post y que ha accedido a colaborar de nuevo conmigo. No puedo
estarle más agradecida por ello. Con este nuevo enfoque, dejo a continuación el
artículo en cuestión.
Todo está en movimiento. Constantemente. Esto atañe también a las personas y a su forma de pensar. Es el proceso que conocemos como evolución y, teniendo en cuenta la posición hasta la que hemos llegado, resultaría sorprendente pensar que podamos seguir estando regidos por principios arcaicos, momificados y por ello, inamovibles. No porque sean verdaderos, sino por la comodidad que supone arroparse con la “tradición” en lugar de renovar los viejos y apolillados tejidos que forman la red de cualquier institución, tanto física como incorpórea.
Hay quien, para buscar consuelo o
para aliviar su mente, acude a la fe con la esperanza de encontrar esa palabra
de aliento, esa ayuda o esa simple sonrisa amigable que de fuerzas para continuar
caminando un día más y que te recuerde que no estás solo, como el bálsamo de
Fierabrás conocido por curar todas las heridas. En algunas ocasiones, ese
regalo se obtiene, en otras, sin embargo, ocurre lo contrario. El problema es
fácil de identificar, y es que se sigue acudiendo a fuentes que ya han quedado
obsoletas porque pertenecen a un tiempo pretérito que nada tiene que ver con el
nuestro. Se sigue ponderando la sabiduría de la palabra escrita por encima de
lo que experimentamos, tanto nosotros mismos como nuestro entorno. ¿Es eso
justo? Cuando nos acercamos a esos textos, es para buscar una conexión que nos
ayude con nuestra experiencia, que alivie la carga de nuestro bagaje, tanto
vital como emocional, sin embargo, nos encontramos con listados de reglas
orientadas a ser mejores seguidores a ojos de quien creamos que nos mira, que
nada tiene que ver con nuestro crecimiento como personas; con dioses iracundos
que no dudan en castigar duramente a los que vivimos aquí abajo y con
mensajeros que cantan las bondades de los anteriores, estableciendo así una
suerte de media verdad disponible para quien la quiera creer a ciegas a pesar
de su naturaleza, más propia de los productos creados por el hombre que divina.
Son estos últimos los que, lejos de
ampliar sus horizontes y de quienes los escuchan, presentan la fe como un producto,
una revista, un catálogo de nombres santos a los que acudir en caso de que se
necesite ayuda, siempre y cuando se entregue la correspondiente ofrenda, no
libre tampoco de impuestos. Sus palabras se regocijan en ellas mismas,
repitiendo una y otra vez las mismas ideas pero sin asimilarlas y desterrando
de su lado a quien no es como ellos esperan, o peor aún, quieren. ¿No sería
mejor recibir a todo el mundo con los brazos abiertos? ¿Tan olvidadas están las
verdaderas máximas de la humanidad? ¿Qué cualidades tiene que cumplir alguien
para ser tratado como lo que somos todos? Solemos extender las manos para
pedir, raras veces para dar y es necesario empezar a cambiar eso porque lo
primero que deberíamos ver al mirar a alguien es a un igual. No dejemos que
personas ajenas a nosotros validen nuestra existencia o nos juzguen en modo
alguno porque atiendan a preceptos litografiados en viejas losas que están cada
vez más resquebrajadas. Todas las opiniones, formas de ser y de sentir deberían
ser bienvenidas entre quienes claman que el amor fraternal es la herramienta
que haría del mundo un lugar mejor. Así que lee, pregunta, filtra y cuestiona
toda la información que llegue a ti y decide qué partes te aportan y cuáles te
restan porque eres libre de explorar tu espiritualidad como te plazca y de
depositar tu esperanza, otro sinónimo de fe, allí donde quieras. No tienes por
qué comulgar con aquello que no compartes.
"Sígueme" Vi, 2021.
Fotografía digital editada. 15x15 cm.
|
|
|
Comentarios
Publicar un comentario